lunes, 14 de julio de 2014

Dolor negro, dolor rojo

No sé de dónde sale el dolor, ni esta angustia que no me deja casi respirar. No sé de dónde salen las lágrimas, porque pensé por enésima, vez que se habían acabado. Todavía quedan. Y todavía queda dolor.

¿No te había ya domado? ¿no sabía de dónde y porqué salías? ¿qué haces aquí otra vez? ¿porque me atosigas y me cercas? ¿qué puedo hacer contigo, dolor?

La enseñanza es esta: si compartes con quien no comparte, no podrá compartir. Por pura incapacidad. La reducción o solución de una situación de esta problemática acotado a "habla con ella y dile lo que sientes" me hace sentir ....... dolor profundo, dolor sangrante, dolor infinito. Dolor de muerte, de oscuridad y de frío. Dolor negro, rojo en su intensidad. Dolor que mata, dolor que apaga. Dolor que duele de una manera brutal.

Dolor del saber que al otro le duele, y que por evitar mi dolor causo dolor. Es un bucle infinito de dolor en el que me veo atrapada y no encuentro más solución.


domingo, 13 de julio de 2014

El dolor de la soledad

La vida es un camino solitario en el que el máximo lujo es recorrerlo acompañado.

Yo sé que me toca, que es mi tarea, que no puedo traspasarla. Que la ayuda que deseo desde mi fuero más interno nunca llegará. Es que en realidad lo que deseo no es ayuda. Deseo a alguien que venga a resolverme el problema, porque yo no soy capaz. Deseo que alguien la saque de mi vida, y pueda finalmente vivir en paz.

Es gigante, me sobrepasa. Es la inmensidad del cielo gris sobre mi cabeza. Es la noche, densa y oscura. Es el frío hiriente, afilado, puntiagudo; son agujas de hielo que me penetran y me rompen. Pero David pudo contra Goliat ¿o no?

Hoy el dolor no duele tanto. Pero duele saber que el dolor me ha robado un poco más de mí, para transformarme de nuevo. Me quita, me hurta, me despoja.... y cada vez renazco en algo diferente. Quizás un día resurja como un despojo, cuando ya no quede nada más de lo que despojarme.

Pero es cierto también que el dolor me ha dado sabiduría y madurez, aunque me haya arrebatado alegría, frescura y luminosidad. ¿Quién dijo que la vida era perfecta?

Hoy el dolor se ha marchado, al menos por un rato. Hoy veo la vida no desde el agujero del que me veo incapaz de salir. No tengo ni idea de cómo afrontarlo, de cómo encararlo, de cómo resolverlo. No sé de que manera voy a preservar mis derechos sin herirla a ella, porque herirla me hace daño. No veo salida. Pero el dolor que me destruye es dolor que me inmuniza. Quizás cada día sea un poco más inmune a su dolor. Y al de cualquiera, y al mío propio. Quizás la única manera para sobrevivir en este mundo es anestesiarse ante el dolor, la desgracia y la miseria. La misma desgracia y miseria que solían hacerme sangrar el alma y derramar lágrimas de hiel. Ya no me impactan tanto las imágenes atroces que estos días circulan por la red. Ya no me rompen en dos las historias de tanta gente desgraciada con tragedias a la espalda. Ya ni siquiera imágenes feroces de animales que saltan ante los ojos sin previo aviso y que antes me hubieran provocado el vómito del cuerpo y del alma, parecen tener un efecto sobre mí.

El dolor me inmuniza. El dolor me hace perder humanidad. La sensibilidad se anestesia ante la necesidad de supervivencia. Imagino que es un mecanismo natural. Nada de lo que me pasa lo escojo. Mi cuerpo, mi mente, mi alma lo hacen todo por mí. ¡Oh! ¡no estoy sola! ME tengo.

Y si David pudo vencer a Goliat, y si yo me tengo sin saberlo ni ser consciente, quizás pueda poco a poco ir encontrando una salida. Hasta aquí lo único que he hecho es huir. A partir de aquí tengo que aprender a enfrentar. Y a enfrentar de una manera no destructiva.

Es mi reto. Y en este camino estoy tan sola, que sólo me tengo a mí. 

sábado, 12 de julio de 2014

Hoy

El maltrato tiene los mismo mecanismos, sea del tipo que sea. Gracias a dios, ahora está de moda el de género. No importa, al menos alguien presta atención a esto.

¿Quién va a prestar atención a un adulto que se dice psicológicamente maltratado por su anciana madre? ¡qué absurdo, por dios!

No sé si podría empezar por el principio, porque el principio se remonta a mi infancia (sobre lo que ya he escrito en los dos posts anteriores)

No la quiero ver, esa es la realidad. Estar a su lado me provoca constante dolor. El daño que me hace me penetra el alma, me la parte en dos. Sus continuos comentarios hirientes, sus puyas, sus comparaciones veladas, sus eternos intentos de manipulación.... ¿que porqué me hacen daño? No tengo ni idea. O sí. Pero ciñámonos primero a los hechos.

Me hace daño estar con ella. Escucharla, leerla. Siempre tiene el comentario "adecuado". Es tan infeliz porque no se sabe querer y por lo tanto no sabe querer. Su manera de querer es atacando. Es tan inmadura y tiene vacíos tan grandes que sus exigencias a los de su alrededor para que los llenen son constantes, permanentes y nunca suficientes. Todo el mundo, fuera de nosotros, es tan maravilloso. Todas las hijas del mundo son tan estupendas y hacen tan felices a sus madres. Menos yo, claro. Que para hacerla feliz tendría que atacar a mi padre, como ella soñaría. Tendría que contarle mi vida por segundos, para que ella pudiera opinar y manejarla a su antojo. Tendría que tomar decisiones en función de sus necesidades en lugar de mi felicidad. Como no lo hago, soy lo peor. Es más, como evito verla, leerla y escucharla todavía más entonces sólo soy carroña y la causa de toda su infelicidad. No cedo pero nadie puede comprender lo mal que me siento al no ceder.

Me siento en un callejón sin salida: hacer lo que ella me pide es tener trato con ella y estar escuchando continuamente sus incesantes quejas y lamentos sobre lo miserable que es su vida. Toda causa de su miseria (según ella) es mi padre, y por eso debe ser castigado. Y por eso yo debo escuchar a cada instante lo malo y miserable que es y atacarlo por ello. Insultarlo sin piedad y negarle mi cariño. Así como a cualquier persona que ella delezne. Por su puesto, incluída toda la familia de mi padre. Sin embargo, su "maravillosa" familia (que a mi me ha hecho tanto daño) debe ser loada y alabada a cada instante. Yo debo de ponerme de felpudo para que se puedan limpiar los pies en mi y hacerles la reverencia. Cada vez que ella los nombre, debo de ponerme firme en señal de la honra que merecen. Pero esto no es suficiente, no. Compartir tiempo con ella, además de todo esto, significa estar escuchando de continuo loas a los hijos de los demás, por lo buenos y honrosos que son con sus padres, lo frecuentemente que los visitan y lo mucho que los incluyen en sus vidas.

No le interesan otras cosas. No puede hablar de un buen libro, una buena película, el último concierto al que haya ido; porque no lee libros, no ve películas y no va a conciertos, o a ninguna otra cosa. Su vida se centra en envidiar a la de los demás. Y exigirme a mi, mediante torticeros mecanismos psicológicos, que la llene de ese modo. Pero para llenarla yo no solamente tengo que ser una reputada profesional de la que pueda presumir, una hermosa mujer que los demás puedan envidiar y admirar y hablar diferentes idiomas de los que ella pueda alardear. Además tengo que ser una amantísima hija que esté pendiente en todo momento de sus caprichos, para que pueda restregarles a los demás por las narices lo valiosa que es ella mediante la veneración que yo debiera profesarle. Y en cada uno de estos puntos (y más que ahora se me quedan por el camino) mi puntuación, con un máximo de 10, debe de ser de 11. Todo lo demás no sirve, es un fracaso y yo una decepción. Vamos, que durante toda mi vida he sido una decepción constante, y así me lo ha hecho sentir a cada instante.

Dado que pasar cualquier tiempo a su lado, o mantener cualquier tipo de comunicación con ella a mí me sigue lastimando, trato de mantenerme lo más alejada que puedo. Por este hecho, el de tratar de protegerme, debo de ser castigada. Ella carga con todo lo que tiene. Y consigue castigarme con una maestría admirable. Tanto, que durante días infinitos me duele el corazón y no logro sacármela de la cabeza. Tanto que pienso que para vivir así merece la pena no vivir. Porque tengo dos opciones: protegerme o ceder. Ceder significaría la muerte para mí. Pero el precio que tengo que pagar por protegerme, también.

Me hace sentir tan mal que el hecho de no verla le cause tanta infelicidad, que el dolor que siento en el pecho es físico. Que ella lo ocupa todo en mi alma y en mi cabeza. Y el hecho de que mantenerme alejada de ella signifique tener tan poco trato con mi padre, más.

A eso súmense los problemas del día a día y esas rachas en la vida que son más oscuras o problemáticas (como la actual). El sentimiento es de "por favor, dios mío, llévame de aquí, porque yo no sé manejar esto. Ya no puedo más. He luchado demasiado a lo largo de mi vida y no tengo fuerzas ni para un ápice más".

¿Cómo voy a salir de esto? No tengo ni la más remota idea.....