sábado, 9 de agosto de 2014

La espera

No puedo respirar. La angustia me bloquea el pecho. Me sube por la garganta y se convierte en un nudo del que no consigo deshacerme a la altura de las amígdalas. La voz me sale temblorosa, como si fuera a romper a llorar en cualquier momento. No soy capaz de dominarla. Siento un hormigueo incontrolable que me recorre las pantorrillas y me sube por los muslos. El mismo que siento en mis hombros y avanza por mis brazos. Es el cosquilleo de la debilidad.

Es irracional. No consigo entender la lógica de lo que me está pasando.

Es miedo. Es el dolor condensado en un agujero negro antes de estallar. La densidad de tormento es infinita.

¿A qué? A sus palabras. A sus dardos envenenados. Se ha retirado, no me contesta. Está preparando un contraataque contundente. Las posibilidades son tantas ...... en mi mente se perfila lo peor. Una batalla de dimensiones cósmicas para la que no sé si estoy preparada.

Lo primero que espero recibir es un mensaje de cuánto daño le han hecho mis palabras. Que cómo puedo ser tan cruel y desagradecida. Que no merezco nada. Como solía decirme, hacer algo por mí es cómo tirarles margaritas a los cerdos. Porque yo, según ella, soy una cerda. Y una desgraciada.

Cerda. Me duele mucho esa palabra ¿por qué? Por lo de siempre. Porque espero algo que jamás va a existir. Ella jamás será la madre dulce y cariñosa que yo necesito. Jamás tratará de entenderme, jamás me querrá mas que de la manera retorcida y enfermiza en la que sabe querer. Jamás será la madre de las palabras dulces. Es necesario que, a mis casi cuarenta años, me mentalice de que ella es la madre de las palabras hirientes, de las palabras de hiel. La madre de las exigencias y los reproches. La madre de las comparaciones y las confrontaciones.

Dónde ella está o deja sentir su presencia no hay paz, no hay armonía, no hay calor. Hay dolor, descontento, frío, un frío intenso y oscuridad, mucha oscuridad.

Para mí es el monstruo de los cuentos, la bruja malvada de las películas, el ogro de las historias. Es Goliat. Falta por ver si yo puedo ser David, o si por el contrario ella ganará y me aplastará.

De momento, escribirlo ha hecho que la debilidad que se extendía por mis brazos se haya atenuado hasta casi desaparecer.

Necesito ayuda, no puedo librar sola esta batalla. Hasta David tenía su honda.

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